23 nov 2009

ADIÓS, adiós

ADIÓS

Aquella mañana la abuelilla tuvo que cambiar las sábanas de su cama, a pesar de su avanzada edad, era la primera vez que ocurría este accidente nocturno .

Se había sentido útil en el hogar de su hija menor con su yerno y sus queridísimos nietos. Según le permitían sus fuerzas realizaba algunas labores domésticas, que permitían a su hija salir a trabajar para añadir algún dinero a la economía de la casa. Pero hacía ya cerca de un año que había dejado de hacerlo, hasta ahora se consolaba dicéndose que por lo menos en sus cuidados personales y en el de su propia alcoba era autosuficiente.

El accidente nocturno fue un primer aviso de lo que se le avecinaba. Pasadas algunas semanas empezó a utilizar pañales y fue dándose cuenta que tenía unas pérdidas más peligrosas que las de la orina, me refiero a las de memoria inmediata. Conocía los casos de las mujeres de su quinta que habían empezado así y acabado tristemente con la fatal demencia senil.

Aquel último lunes del mes de octubre tomó una importante decisión que comunicó a su hija mientras ambas desayunaban: "El próximo domingo será dos de noviembre, el mejor día del año para deciros ADIÓS, calculo que si desde hoy dejo de comer, el día de Difuntos moriré. No quiero escenas, mi decisión es firme, me voy ahora porque sé lo que nos espera a todos nosotros si me quedo". Al terminar su discurso se metió en la boca el último pedacito de la magdalena de su desayuno e hizo el gesto de que ese iba a ser el último alimento que entraría en su cuerpo, sonrió mientras lo daba vueltas en su desdentada boca.
La hija se quedó muda, el asombro le privó de palabras, y decidió ir a hablar con sus dos hermanas, vecinas también de aquella aldea de la sierra jienense. En la reunión que mantuvieron las tres salió la decisión de consultar con el médico, un joven doctor que se encargaba de la salud de los habitantes de las tres aldeas y de los cortijos de aquella zona de la sierra y que por fortuna el lunes pasaba consulta allí mismo.
El médico entró en casa saludando cariñosamente a la abuela, quien al empezar a responder a las preguntas del galeno se vio interrumpida por el guirigay de las tres hermanas. El médico pidió que le dejaran a solas con la anciana. Las tres mujeres salieron al corral a regañadientes. Esperaron impacientemente la salida del médico que ocurrió casi una hora después: "Vuestra madre tiene las ideas firmes y claras, no intentéis torcer su voluntad, la he convencido para que tome algo de agua, lo que hará la espera más lenta pero mucho más llevadera, debéis de ser muy cariñosos con ella, pero con naturalidad"
Durante la semana la abuela se fue apagando lentamente, y amaneciendo el día dos de noviembre con una sonrisa murió rodeada de sus hijas, yernos y nietos.
--OO--
adios
El hombre alto y elegante entró aquella mañana en la sucursal del banco de una pequeña ciudad del interior levantino. Ante la caja había un larga cola de clientes, por encima de sus cabezas respondió sonriente al saludo del cajero y se dirigió a la puerta en cuyo dintel figuraba la placa DIRECCIÓN, llamó con los nudillos y sin esperar la respuesta abrió asomando la cabeza, el director le hizo seña para que pasase. Al cabo de unos minutos salió con la colección de las nuevas monedas de la era euro, era que aquella mañana se estrenaba. Llevaba ya varios años jubilado del puesto de cajero que había desempeñado por más de cinco lustros en esa misma sucursal, hecho que le daba el privilegio de no tener que esperar la cola para obtener las monedas.
Al llegar a casa le esperaba su hija, auxiliar de clínica en el Hospital Provincial, quién le informó que ya estaban listos los resultados de los análisis a los que se había sometido, pero que a ella no se los daban tenía que ir él en persona a recibirlos y a hablar con el doctor jefe del servicio: Mamá y yo estamos preparadas así que, si te parece bien, vamos para allá.
No, vamos tu y yo sólos, tu madre se pone muy nerviosa en cuanto ve una bata blanca en un hospital.
La madre acató resignada la decisión de quien toda la vida había ejercido una autoridad no contestable ni contestada.
A la vuelta, por el semblante del hombre elegante, la madre adivinó que las noticias no eran buenas. En efecto, los resultados de las pruebas aseguraban que el hombre tenía un serio problema de vejiga, tan serio que debería ser operado para sustituírla por una artificial, una de esas bolsitas que se conectan por sonda al sistema urinario y que se han de llevar sujetas por debajo de los pantalones y ser vaciadas periódicamente.
En la mente de quien era uno de los últimos usuarios de corbata, incapaz de salir de casa con unos zapatos sin cepillar, o con unos pantalones sin marcar la raya, no cabía el tener que ser un forzoso usuario de aquella innoble bolsa depósito de orines.
Reunió a su familia, mujer, hijo e hija con sus cónyuges y les dijo: "no me opero, sería incapaz de vivir esclavo de la sonda con su bolsa de orines, prefiero morir y os exijo que respetéis mi voluntad. Desde hoy dejo de comer y beber"
No se sabe si hubo mucha o poca resistencia a esta decisión por parte de la familia, pero el resultado fue que se llevó a cabo el plan.
El cuerpo del hombre elegante no estaba físicamente muy trabajado, motivo por el cual lo que él creía que iba a ser cosa de unos días se prolongó por varias angustiosas semanas, inexplicablemente durante los primeros días sufrió un espantoso estreñimiento como si los desechos del último alimento que había entrado en su organismo se negaran abandonarlo por eso mismo de ser los últimos, tras el estreñimiento sufrió de diarreas, tuvo vómitos cuyo resultado fue la expulsión de sus bilis y otros efluvios. Y durante todo el tiempo no le abandonaron los dolores.
Murió junto a su mujer y su hija, pero sin sonrisa en los labios.
P.D. Estos dos relatos se basan en hechos reales distanciados geográficamente en unos 500km y temporalmente en más de 50 años

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