26 oct 2007

Don Julio, el Cura


Hoy en día parecería anacrónico, pero en aquellas fechas ni la Escuela de Aprendices de una Fábrica se podía librar de la asignatura de Política (Ya le tocará el turno a su titular el Sr. Silvestre) ni de la de Religión dirigida por Don Julio Sainz de Rozas, El Cura Julio

A los curas de hoy en día no los conozco, no trato a ninguno, quizás por aquello de que ya no abundan. Por entonces, a mis catorce años los curas formaban parte de una elite distante, a los que tratábamos con mucho respeto, mejor dicho que se hacían respetar. Cuando por mi barrio, El barrio S. Pascual, aparecía algún cura los chavales teníamos la costumbre de dejar el juego y corríamos a besarle el crucifijo que pendía de su cinturón o en su defecto la mano.
El Cura Julio no tenía ese corte. Nos trataba en un plano de igualdad, dentro de un orden.



Mi amigo del alma, Eugenio García Bravo compañero desde casi párvulos en el Grupo Escolar Calvo Sotelo, me dijo una vez con orgullo: En el examen, a la pregunta de que pensamos de los curas he contestado que son hombres normales y corrientes. No creo que en tiempos del colegio esto lo hubiera contestado a Dn. Lorenzo el párroco de nuestro barrio.
En otra ocasión, en clase, estaba Dn. Julio fumando, se dio cuenta que no había cenicero encima de la mesa, al hacer el gesto de “qué hago con la colilla?, un alumno de la primera fila le dijo “tírela al suelo” Don Julio contestó “tirar una colilla al suelo está tan feo como tirarse un pedo”. Aquello nos pareció insólito, un cura empleando palabras tan inusuales en los de su oficio.






Entre sus funciones estaba la de decir misa todos los domingos en un cierto colegio de monjas, de pago. Entonces todos los colegios de este tipo tenían, por ley, la obligación de reservar algunas plazas gratuitas para personas necesitadas. Lo que podría parecer una obra social en realidad era todo lo contrario, en general no sabemos cómo lo pasarían aquellas infelices con el trato diario con niñas de una clase social superior. El Cura Julio se enteró que las alumnas de pago, para paliar alguna de sus faltas de conducta o atención, entre los castigos o penitencias para ellas, estaba la de la obligación de tener que, durante el recreo, jugar con las niñas pobres. Aquel domingo, durante la homilía, denunció esta conducta discriminatoria, lo que le valió tener que oír de la madre superiora: Don Julio, no vuelva Ud. a decir misa en este colegio.

El cura se mereció toda nuestro afecto, por supuesto también mi admiración. So soy uno de los muchos alumnos de la Escuela que fuimos casados por Don Julio.

Un borrón: Al principio, la Escuela exigía que la Religión puntuase como una asignatura más, por lo que, que yo sepa, se cometieron dos injusticias difícilmente tolerables con los compañeros Salas de la primera promoción y con Eugenio Giménez de la tercera.
El primer curso de la Escuela, denominado Preparatorio, era selectivo. Al final del curso se podía pasar al grupo de oficiales, donde se nos preparaba para desempeñar un oficio, o al grupo de técnicos donde la preparación se dirigía a conseguir los futuros mandos intermedios de la Compañía.
Para conseguir plaza en el grupo de técnicos se exigía que en Junio se tuvieran todas las asignaturas aprobadas y la media aritmética de todas ellas debería ser superior a siete puntos.
Los compañeros Sala y Jiménez cumplían de sobra la segunda condición a pesar de llevar suspensa la asignatura de religión. Pero esto les impidió estudiar en en el grupo de técnicos.
Con el tiempo, en conversación privada, Dn. Julio manifestó que esos dos casos los llevaba clavados en su debe.



A partir de la tercera promoción se negó a evaluar su asignatura.






JLMejuto

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